Guía sentimental para andar por Lloreo

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Guía sentimental para andar por Lloreo | Etnografía | El concejo | Varios | Lloreo | Mieres | Comarca de la Montaña Central | Centro de Asturias | Montaña de Asturias | Asturias | Principado de Asturias | España | Europa.

Descripción

Autor: JESÚS ESTRADA LUIS

Cualquier amanecer merece la pena en Lloreo. El poema de Emilio Botamino, himno a les buenes coses de este pueblu, cobra sentido cada nuevo día. En su comienzo dice: ¡Qué guapu ye Lloreo / queriendo velu como yo lu veo / y si otros no lu ven d´esta manera / qué culpa tengo yo de la so ceguera!

Las fiestas de San Pedro —compartidas con los vecinos de Les Cuestes de Lloreo y de la Vega de San Pedro— pueden ser una buena excusa para adentrarse en este pueblo, que se asoma tímidamente al gran escaparate de la carretera general 630, mostrando una parte mínima y poco significativa, y escamoteando a los menos curiosos el atractivo de interesantes apuntes de arqueología y arquitectura rural, la belleza de lo —en algunos casos— aparentemente decadente..., amabilidad, hospitalidad... Paisaje y paisanaje. En muchas ocasiones de nuestra vida no valoramos en su justa medida aquello que, por cotidiano, parece no sorprendernos. Intentaré dar aquí una visión particular de cómo yo lu veo.

Un día cualquiera de esta primavera recién comenzada, llego del Oviedo asfixiante de ruidos, polución y prisas. El día era lluvioso, orbayaba; la niebla bajaba del Rasón a la Meruxega, tapaba ya el «Tixu Máisimo», tan pronto ocultaba como dejaba ver el suave y verde tapiz de los prados que se recuperaban del invierno tozudo de sol, empapándose de la fina lluvia que caía. Mientras tanto, la niebla continuaba en su deambular por el monte cubriéndolo con su fantasmagórico manto. Los castaños ya habían perdido el tono grisáceo del invierno y se dejaban ver los más tiernos brotes preparándose para el momento en que sus grandes hojas aserradas se apoderasen del imperio perdido durante el invierno y del que ahora eran dueños por poco tiempo los árboles más tempraneros o aquellos otros de hoja perenne: álamos, fresnos, sauces, abedules, espineras, humeros, pláganos, algún que otro eucalipto y los sempiternos laureles, que salpican el monte en pequeños reductos entre las matas de augustos castaños. También algún roble se deja ver por la Trapa, nogales en Les Cuestes y detrás de la iglesia, fresnos, y les colosales fayes, que se localizan en las partes más altas del monte: Galián, Pando, Tixu.

Contemplamos el monte extenderse por doquier; tanto por la vertiente este como por la oeste, suben los árboles afianzándose a la empinada ladera de la vallina y discurre a ambos lados del río, hasta que, como si la escasa altitud —allá por los 500 m— diese vértigo a estos majestuosos árboles, se da paso a una zona de monte bajo, combinación de helechos y de carrascos, algunos de ellos con muchas nieves sobre sus hojas, donde en el verano mirien las caballerías y en época invernal dan cobijo a muchas especies de pájaros.

Se podría decir que en Lloreo se encuentra la «selva tropical» de los pueblos de alrededor y de ello tiene buena culpa el gran número de fuentes y manantiales existentes. La fuente Los Teyeros o Fuente de Sabina, donde todos nosotros mitigamos la sed en el verano y degustamos su agua en cualquier época del año como si fuese un vino viejo de marca que la madre Tierra nos brindase como un regalo emanado de sus entrañas; Güillu la Fonte, donde parece que todo el monte nos observase a través de su ojo y esperase nuestra reacción al vernos reflejados en sus aguas cristalinas; Funtilixán; Gonzalo Porra; Vallina Porquera, de la que se decía antaño que sus aguas tenían propiedades curativas; El Lluviru, hoy convertida en surtidor de nuestras labores diarias; La Vallina; La Fuente el Sapu; La Fuente Singular; La Fuente la Meruxega, donde echar más de un trago se convierte en un desafío para nuestra dentadura, y tantas otras fuentes y bebederos, regatos, remansos que surcan, horadan el terreno, dan verdor a nuestros prados, esplendor a nuestras huertas y continuo sustento.

Otro aspecto destacable de nuestro monte es su amplitud y, como consecuencia de ello, el elevado número de rutas posibles por las que deambular perdiéndonos en la contemplación de su singular belleza.

Partir subiendo por El Calellón, por La Vía, hasta llegar a la Vega de San Pedro; de ahí subir a Robles o continuar hasta Flechura —zona caliza de inigualable hermosura, que marca el límite del concejo de Mieres, y uno de los lugares de peregrinaje obligado durante el verano —quién no ha ido de merienda alguna vez o a tomar el sol a escondidas de las miradas indiscretas y lujuriosas—. O continuar hasta el túnel 5, hoy derruido, y que constituía una buena ruta que nos unía con los pueblos del concejo de Riosa. Quedarse, sin atravesar el túnel, en La Cantera, para aquellos que, temerosos, no se atrevan a desafiar su oscuridad, y contemplar el paisaje que desde allí se aprecia en hermanamiento con el monte de Baíña, tan próximo.

Subir a los Omeales, llegar a Les Colladielles, remontar hasta el Galián y, ya situados sobre El Cantu, pasar hasta La Meruxega, echar un buen trago en su fuente y reponer energía, subir al Rasón, bajar hasta El Planu y desde allí contemplar —diminuto— el pueblu, que se hunde en la garganta que forma la vallina en la que se enclava.

Comenzamos la bajada hasta El Pando, uno de los puntos de obligada parada, y allí contemplar el farallón calizo, prolongación de uno de los picos más significativos de nuestro monte, Peña Mantega, que se extiende hacia el vecino concejo de Morcín. Continuamos la bajada hasta el cruce donde comienza el camino que nos llevaría a Tablao, El Turnu, Les Trapes, el Picón, Cimalavilla, o seguir por La Llosa Alfonso, La Parrocha, Les Cuestes y otra vez en Cimalavilla. O también subir por La Roza hasta Vallina Porquera y Los Patones, subir por Reguera Grande y alcanzar de nuevo la cresta es una posibilidad entre multitud de rutas a seguir por la geografía de nuestro monte.

O simplemente ir hasta Los Averinos y acercarse hasta La Fenosa y El Setal, hacer tertulia en La Estación (alentaría desde estes letres la idea de plantar un árbol donde en otro tiempo hubo una acacia que protegía del sol) y contemplar Lloreo, como decíamos al principio, sin egoísmu ni recelu, ensoñar un poco buenos tiempos pasados en lugares entrañables: La Güertiquina, El Pontón (de Cimalavilla, Casa Dulia, Casa Queta) —donde no hace mucho tiempo jugábamos a «les cuatro esquines»—, la iglesia —que además de lugar de culto, hace las veces de plaza del pueblo, lugar de encuentro, recreo y animación festiva—, la talambera del hórreo de Mado —otro de los lugares de tertulia—, el Prau San Pedro —para los nostálgicos que sacaron a aquella moza de les medies azulaes a bailar un pasodoble, un tango (los más atrevidos) o los ritmos que marcaba el momento, como el twist, la llenca...—, La Roza, El Vallín, o, por qué no, el lavaderu, donde se alcanza el culmen de la algarabía, verdadero parlamento popular.

Hasta ahora hemos hecho hincapié en el monte de Lloreo, alegría para la vista y fuente de recursos permanentes y a veces olvidados. En una época marcada por los avances tecnológicos, retrocedamos a tiempos pretéritos en los que la sabiduría popular suplía este cúmulo de conocimientos y medios técnicos. Quién de nosotros no se ha tomado alguna vez uno de esos ferbiatos mágicos, resultado de la cocción de hierbas medicinales que abundan por nuestro monte. Orégano para el catarro, cola de caballo, castelar, tila —siempre en los riscos más inaccesibles—, artamisa, arrúa, arzolia, xagüina, apio, romero, nielda, cirigüeña —para curar heridas— y hasta ortigues para los más apáticos. Cuando ponemos el pie en el monte, tenemos ante nosotros un sinfín de plantas medicinales que sólo esperan que hagamos buen uso de ellas.

Hubo un tiempo, del cual no tengo constancia, en el que —dicen los más antiguos— por el Caudal bajaban truchas. El necesario progreso mal administrado tiñó nuestras aguas de negro y provocó su desaparición. Hoy ese mismo progreso parece querer devolvernos lo que antaño nos arrebató, instalando una depuradora en Pumardongo. No hace demasiado tiempo, en Solastrecha, había anguiles; no sé si aún perviven.

No me he de olvidar de hacer mención de algo que no pasa desapercibido a nuestra vista y que es parte importante de nuestro patrimonio cultural y de nuestro entorno. Me refiero a esas construcciones —horros o paneres— sostenidas por cuatro o seis pilares (pegollos) que sirven de gran alacena donde guardar la cosecha del año —y si haz falta, la bici del guaje—. Son edificaciones en las que se aprecia el buen hacer de las gentes de antaño, prueba de ello es su resistencia al paso del tiempo, construidas «a conciencia» con roble y castaño. Hay muy pocos lugares en Asturias en que sea tan elevado su número. Y tampoco me he de olvidar de los molinos. Sé que había en Lloreo varios: entre ellos, el Molín de Felguera, el de la Cuesta el Molín, el de Mariano, el del Prau San Pedro... Sin dejar de lado el magnífico legado que la antigua línea del ferrocarril minero Riosa-La Pereda nos dejó, una espléndida obra de cantería que tiene su reflejo en La Estación y en el puente de Casa Nicasio.

Fuente: Portfolio de las fiestas de Lloreo de 1990.

NOTA:

El pueblo de Lloreo o Loredo, cabecera de la parroquia de igual nombre, se encuentra situado al pie de la carretera N-630 y dista unos 5 km de la villa de Mieres, capital del concejo o municipio de igual nombre.

Concejo de Mieres

Culturalmente inquieto y socialmente muy activo, cuna de ilustres, punto de encuentro y paso de peregrinos, amante y transmisor de las tradiciones asturianas, e ideal para la práctica del turismo activo y rural. Así es el concejo de Mieres.

Los concejos (municipios) que limitan con el Concejo de Mieres son: Aller, Langreo, Laviana, Lena, Morcín, Oviedo, Ribera de Arriba, Riosa y San Martín del Rey Aurelio. Cada uno de estos concejos (municipios) comparte fronteras geográficas con Mieres, lo que implica que comparten límites territoriales y pueden tener interacciones políticas, sociales y económicas entre ellos.

Comarca de la Montaña Central

Corazón de la Cordillera Cantábrica con cumbres y puertos que traen a la memoria gestas heroicas; vías romanas y camino de Santiago; escondite idílico de Reliquias; aldeas de ensueño; templos Patrimonio de la Humanidad; estaciones de esquí; minería, patrimonio industrial y un Parque Natural que es Reserva de la Biosfera.

La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Aller, Lena, Mieres, Morcín, Ribera de Arriba y Riosa. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.

Conocer Asturias

«La fabada asturiana se sirve tradicionalmente en cazuelas de barro individuales, acompañada de una rebanada de pan y un poco de sidra asturiana, que ayuda a digerir el plato. También se suele servir con un plato de compango, que es una selección de los embutidos utilizados en la receta, como el chorizo y la morcilla.»

Resumen

Clasificación: Etnografía

Clase: El concejo

Tipo: Varios

Comunidad autónoma: Principado de Asturias

Provincia: Asturias

Municipio: Mieres

Parroquia: Lloreo

Entidad: Lloreo

Zona: Centro de Asturias

Situación: Montaña de Asturias

Comarca: Comarca de la Montaña Central

Dirección: Loredo

Código postal: 33682

Web del municipio: Mieres

E-mail: Oficina de turismo

E-mail: Ayuntamiento de Mieres

Dirección

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